jueves, 17 de abril de 2008

Alamut


Alamut
...

Los grandes deyes volvieron con Hassan a sus apartamentos sin abrir la boca. El jefe estaba visiblemente sin fuerzas. Se quitó con gesto agobiado el manto blanco que le cubría los hombros y se dejó caer sobre los cojines. Ambos esperaron. Finalmente Hassan rompió el silencio.

- ¿Sabéis a quién me gustaría tener aquí en este momento? ¡A Omar Khayyam!...

- ¿Por qué precisamente a él?

El tono de Abu Alí era duro, casi amenazante.

- En realidad no lo sé. Me gustaría hablar con él, eso es todo.

-¿Sientes el peso de tu conciencia?

Buzruk Umid le lanzó una mirada siniestra al pronunciar estas palabras.

Hassan se levantó sobresaltado. Miró a los dos dignatarios con ojos interrogantes pero no respondió nada.

-¿Sabías que la noche que fuiste a los jardines a ver a esos tres jóvenes le propuse a Abu Alí que te matáramos y te arrojáramos desde lo alto de la torre al Shah Rud?

Con ademán mecánico, Hassan empuñó su sable.

-Algo sospeché de esa noble intención. ¿Puedo saber or qué no llevasteis a cabo vuestro proyecto?

Buzruk Umid se encogió de hombros; Abu alí lo miró con expresión abatida. Prosiguió:

-Pues bien, por si quieres saberlo, hace un rato lamenté no haberlo hecho.

-¡Ves!, seguramente por eso hace un instante deseaba contar con la resencia de Omar Khayyam a mi lado. Pero no creas que tengo miedo. Sólo deseo poder hablar de todo esto con alguien, nada más.

-Habla. Te escuchamos.

-Entonces, dejadme haceros una pregunta: ¿la alegría que los juguetes de colores procuran a un niño es una verdadera alegría?

-¿Por qué vuelves a tus rodeos, Ibn Sabbah?-se impacientó Buzruk Umid-. Acláranos de una vez lo que quieres decirnos.

-Habéis dicho que me escucharíais- el tono de Hassan era nuevamente firme y decidido-. No tengo intención de justificar delante de vosotros mi conducta. Simplemente quería explicaros. Está claro que la alegría experimentada por un niño a quien se le regala un juguete atractivo es tan violenta como el placer sentido por un hombre maduro que cuenta su dinero o acaricia a una mujer. Considerado desde el punto de vista de cada individuo, todo gozo sentido es un gozo auténtico y cabal. Cada persona sólo puede ser feliz a su manera. Por consiguiente, aquel para quien la muerte signifique la felicidad obtendrá tanto placer en morir como otro amasando dinero o seduciendo a una beldad. Finalmente sabemos que después de la muerte los lamentos ya no cuentan.

-Un perro vivo vale más que un rey muerto- murmuró Abu Alí.

-Seas perro o rey, sabes que debes morir. Por consiguiente, es mejor ser rey.

-Es muy fácil hablar para ti, tú que te arrogas el poder de reinar sobre la vida y sobre la muerte- le espetó Buzruk Umid-. En cuanto a mí, prefiero ser el último perro antes que morir como tus fedayin.

-No me has entendido- respondió Hassan-. ¿Quién te habla de morir así? Entre sus puntos de vista y los tuyos existe una distancia infinita. Lo que para ellos era el paroxismo de la felicidad a ti te inspiraría verdadero horror. ¿Pero acaso sabes si lo que para ti es la mayor felicidad no constituye para otro, al menos desde otro punto de vista, el más terrible infortunio? Ninguno de nosotros puede examinar su propio comportamiento desde todos los puntos de vista a la vez. Seguramente esto sólo es posible para Dios que todo lo ve. Por consiguiente, que cada cual sea feliz a su manera.

-Pero tú has inducido a sabiendas a esos muchachos al error. ¿De dónde sacas el derecho para conducirte así con gentes que te son incondicionalmente devotos?

-Saco ese derecho de la certidumbre siguiente: que el axioma supremo del ismaelismo es cierto.

-¡Y al mismo tiempo hablas del Dios que lo ve todo!

En aquel momento Hassan se incorporó. Parecía que hubiera crecido una cabeza entera.

-Sí, hablé de un Dios que lo ve todo. Ni Jehová, ni el Dios cristiano, ni Alá pudieron crear el mundo en el que vivimos. Este mundo en el que nada depende de nada, en el que el sol brilla con igual indulgencia para el cordero y el tigre, para la mosca y el elefante, para el escorpión y la mariposa, para la flor y la encina, para el rey y el mendigo. Un mundo en el que la enfermedad ataca tanto al justo como al malvado, al fuerte como al débil, al inteligente como al idiota. Un mundo en el que la dicha y el dolor están ciegamente sembrados a lso cuatro vientos, y en el que un fin idéntico, la muerte, espera a todo ser viviente... ¡No!, aquí donde me veis, yo soy el profeta de ese Dios que lo ve todo... ¡y sólo de él!

Los grandes deyes temblaron. ¿Ése era, pues, el fondo de aquel hombre extraño, ésa era su "locura", aquella ardiente certicumbre que lo había conducido indefectiblemente al punto en el que se hallaba ahora?¡En realidad, secretamente, se consideraba como un profeta! ¿Y toda su filosofía no era más que un espejismo, destinada seguramente a seducir la razón de los escépticos... y, quién sabe, la suya propia? ¿Acaso no estaba en el fondo, por su fe, por la inclinación de su espíritu, más cerca de los fedayin que de los jefes corrientes del ismaelismo?

-¿Así que crees en un dios?- se asombró Buzruk Umid casi aterrorizado.

-Acabo de decírtelo.

Un gran precipicio acababa de abrirse entre ellos. Se inclinaron antes de retirarse.

-¡Cumplid con vuestras tareas!¡Seréis mis sucesores! Les sonrió a manera de adiós, como un padre le sonríe a sus hijos.

Cuando se encontraron en el corredor, Abu Alí exclamó:

-¡Qué tema para un Firdusi!.

Extracto de la obra Alamut, de Vladimir Bartol

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