jueves, 29 de mayo de 2008

lunes, 26 de mayo de 2008

Coplillas (Black math)

.
Ésta va de perlas para levantarse con energía, vamos, como aquello de la Sabater de a mediodía alegría pero en versión rockera-mañanera

domingo, 25 de mayo de 2008


Digan lo que digan no sé qué utilidad o qué sentido tiene llevar una especie de falo de tela colgando del cuello. Una de dos, o la inventó el demonio o alguien con poco pito, y de toda la vida de dios se ha dicho que el demonio tenía un buen aparato... así que por descarte la inventó un pichicorto. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Es imposible hacer un nudo que salga bien y lo único que consigues es estresarte y que te den ganas de usarla mejor para colgar a alguien del pescuezo!!!!!!!!!

viernes, 23 de mayo de 2008

jueves, 22 de mayo de 2008

Belleza interior


No os canséis, por dentro también somos todos/as igualitos/as...

Cuesta arriba


A veces es fácil sentirse igual que Sísifo.

Coplillas

martes, 20 de mayo de 2008

Radio Sevilla



"¡Atención!. Radio Sevilla
Queipo de Llano es quien ladra,
quien ruge, quien gargagea,
quien rebuzna a cuatro patas"

Rafael Alberti al general golpista Queipo de Llano.

lunes, 19 de mayo de 2008

Verdad verdadera


Para llegar a ésto no me ha hecho falta hablar con nadie...¡¡¡estoy hasta los huevos de los seguidores del caravanero y de los del pusilánime!

jueves, 15 de mayo de 2008

Va con retintín...


Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante entretenía Ninfa de los bosques a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.

Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.

Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.

Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.

- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?

- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.

Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva...

Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Limpieza de Sangre


En ese momento ocurrió un pequeño incidente, que refiero porque no supone ejemplo baladí del talante de
Diego Alatriste. Nos habíamos detenido un poco, fingiendo el capitán que se arreglaba algo en el cinto, para
ver de cerca el cerrojo de la puerta; y en ésas nos alcanzó gente que también salía de misa, un par de
pisaverdes que acompañaban a dos damas algo ordinarias pero hermosas. Uno de ellos, jubón de terciopelo
con mangas acuchilladas, todo lazos, cintas y toquilla con hilo de plata en el sombrero, tropezó conmigo y
me apartó luego con malos modos, llamándome bellaco. Un par de años más tarde, aquel desafuero le
hubiera costado al fulano, por muy galán que anduviese, una buena mojada en la ingle con la daga que yo
aún no cargaba encima por mis pocos años; aunque pronto, en Flandes, empezaría a llevarla como si tal cosa.
Pero en ese tiempo yo seguía siendo demasiado mozo, y las afrentas no tenía otra que comérmelas sin
aderezos y sin remedio, salvo que el capitán Alatriste decidiera ocuparse de mi honra. Ése fue el caso; y debo
decir que aquello dióme que discurrir sobre cómo, a pesar de sus modales a menudo hoscos y sus silencios,
el capitán me apreciaba de veras. Y si me lo disimulan vuestras mercedes, diré que algún motivo debía de
tener, pardiez, después de ciertos pistoletazos que yo había disparado por él poco tiempo atrás, en el portillo
de las Ánimas.
El caso es que, cuando oyó al lindo afrentarme con tan escasa política, el capitán volvióse despacio, muy
sereno, con aquella calma glacial que quienes lo conocían bien consideraban pregón de que eran
aconsejables tres pasos atrás y precaver la herreruza.
–Vive Dios, Íñigo –el capitán parecía dirigirse a mi, aunque miraba muy por lo fijo al caballero–, que sin
duda este gentilhombre te confunde con algún perillán que él conoce.
Yo no dije palabra alguna, pues resultaba evidente el caso. Por su parte, al sentirse interpelado, el pisaverde
se había detenido con sus acompañantes. Era de esos que utilizan la propia sombra a modo de espejo. El vive
Dios del capitán le había hecho apoyar una mano blanca, con grueso anillo de oro y brillantes, en la
guarnición de la espada; y el evidente repuntín del gentilhombre, tamborilear con los dedos sobre ésta. Su
mirada arrogante recorría de arriba abajo a Diego Alatriste, y debo decir que cuando terminó la inspección,
tras observar la espada con la cazoleta marcada de arañazos de acero, las cicatrices del rostro y los ojos fríos
bajo la ancha falda del sombrero, la firmeza de aquella mirada no era la misma que al comienzo.
–¿Y qué pasa –repuso aun así, desabrido– si no me confundo con nadie y ando cierto en lo que digo?
La respuesta había sonado firme, lo que decía algo en favor del caballero; aunque no se me escapó cierta
vacilación final, con una rápida ojeada del lindo a su acompañante y a las dos damas. En aquel tiempo, un hombre podía perfectamente hacerse matar por su reputación, y todo se disculpaba menos la cobardía y la
deshonra. A fin de cuentas, y en última instancia, el honor se suponía patrimonio exclusivo del hidalgo; y el
hidalgo, a diferencia del pechero que soportaba todos los tributos y cargas, ni trabajaba ni pagaba tasas a la
hacienda real. El famoso honor de las comedias de Lope, Tirso y Calderón, solía referirse a la tradición
caballeresca de otros siglos, y lo que en verdad menudeaban eran los pícaros y truhanes de toda laya. De
modo que, tras aquellas hipérboles del honor y la deshonra, lo que se disimulaba era el negocio, nada ligero
por cierto, de vivir sin dar golpe ni pagar impuestos.
Muy despacio, tomándose su tiempo, el capitán se pasó dos dedos por el bigote. Y luego, con la misma
mano, sin ostentación ni exagerar el gesto, desembarazó la capa dejando libres las empuñaduras de la espada
y la daga que llevaba detrás, al costado izquierdo.
–Pues pasa –dijo en voz muy mesurada– que tal vez vuestras mercedes encuentren a ese que estoy seguro
confunden con otro, si se vienen a dar un paseo a la puerta de la Vega.
La puerta de la Vega, que estaba cerca de allí, era uno de los lugares extramuros donde solían solventarse a
estocadas las querellas. Y además, el gesto de desembarazar sin más preámbulos toledana y vizcaína no pasó
inadvertido para nadie. Como tampoco el plural vuestras mercedes, que incluía al acompañante en el baile.
Las mujeres enarcaron las cejas, interesadas, pues su condición las ponía a salvo, convirtiéndolas en
privilegiadas espectadoras. Por su parte, el segundo individuo –otro lindo con perilla, amplia valona de
puntas y guantes de ámbar–, que había asistido al prólogo con una sonrisa despectiva, dejó de sonreír de
golpe. Una cosa era ser dos y trabarse de palabras bravuconeando ante unas damas, y otra muy distinta
toparse con un fulano con aire de soldado que, de buenas a primeras, sugería ahorrar trámites y despachar el
negocio de inmediato y por las bravas. Aquél no era un fanfarrón de la calle de la Montera, decía el gesto del
acompañante, que se precavió llegando incluso a retroceder con algún disimulo. En cuanto al lindo, en la
lividez del sobrescrito se veía que pensaba exactamente lo mismo, aunque su posición era más delicada.
Había hablado un poco de más, y el problema de las palabras es que, una vez echadas, no pueden volverse
solas a su dueño. De modo que a veces te las vuelven en la punta de un acero.
–No fue culpa del chico –dijo el acompañante.
Había hablado muy hidalgo, con voz firme y serena; pero la conciliación era evidente. Aquello era quedarse
al margen y ofrecer además una salida al amigo, dándole pie a que se ahorrase finiquitar el lance con el jubón
tan acuchillado como las mangas. Vi que el lindo abría los dedos de la mano derecha y los volvía a cerrar.
Dudaba. A las malas eran, pura aritmética, dos contra uno; y si hubiese descubierto el menor signo de
inquietud o de pasión en Diego Alatriste tal vez habría ido adelante, en la cuesta de la Vega o allí mismo.
Pero había algo en la frialdad del capitán, aquella indiferencia tan absoluta que traspasaba su inmovilidad y
sus silencios, que aconsejaba siempre andársele con mucho tiento. Supe lo que pasaba por la cabeza del
lindo: un hombre que desafía a pares a unos desconocidos bien herrados de aceros, o está muy seguro de sí y
de su espada, o está loco. Y ninguna de las dos eventualidades era ociosa. El caballero no parecía, sin
embargo, pusilánime. Confiaba en no batirse, más tampoco quería perder la faz; de modo que aún sostuvo
unos instantes la mirada del capitán. Después me echó un vistazo, cual si me viera por primera vez.
–Creo que el mozo no tuvo la culpa –dijo por fin.
Las mujeres sonrieron, no sin desilusión por verse privadas del festejo, y al amigo se le vio contener un
suspiro de alivio. Pero a mí ya me daba igual que el lindo se hubiera disculpado o no. Yo miraba, fascinado,
el perfil del capitán Alatriste bajo el ala de su chapeo, su espeso mostacho, su mentón mal rasurado aquella
mañana, sus cicatrices, sus ojos claros e inexpresivos vueltos a un vacío que sólo él podía contemplar.
Después miré su raído jubón recosido, la vieja capa, la sobria valona lavada y relavada por Caridad la
Lebrijana, el reflejo mate del sol en la cazoleta de la espada y en el puño de la daga que asomaba tras el
cinto. Y fui consciente de un doble y magnífico privilegio: aquel hombre había sido amigo de mi padre, y
ahora además era mi amigo, capaz de reñir por mí a causa de una simple palabra. O quizás en realidad
hacíalo por él mismo; y las guerras del Rey, y quienes alquilaban su acero, y los amigos que lo empeñaban
en empresas peligrosas, y los pisaverdes largos de lengua, y hasta yo mismo, no fuéramos sino pretextos para
batirse por el mero hecho de batirse –como hubiera dicho Don Francisco de Quevedo, que ya apresuraba el
paso para unirse a nosotros, olfateando querella, aunque tarde– pese a Dios y contra todo.

Extracto de la obra Limpieza de Sangre de Arturo Pérez Reverte.

lunes, 12 de mayo de 2008

Malos augurios


Según cuentan Horacio en una de sus "Odas" y Cicerón, en sus "Tusculanas", Damocles era cortesano de Dionisio I, El Viejo (siglo IV, AC), tirano de Siracusa, a quien envidiaba por su vida aparentemente afortunada y cómoda.

El rey, con el propósito de escarmentarlo, decidió que Damocles lo sustituyera durante un festín, pero para ello dispuso que sobre su cabeza pendiera una afilada espada desnuda suspendida de una crin de caballo.

De esta manera, Damocles pudo comprender lo efímero e inestable de la prosperidad y del lujoso modo de vivir del monarca.

La frase la espada de Damocles se utiliza desde hace mucho tiempo, para expresar la presencia de un peligro inminente o de una amenaza.

(Avisoooooooo: lo he copiado directamente de internet, ojo, luego no vale decir que soy un tíopollas que va de listillo y copia, eh?)

¿Tienes estilo?


http:/es.youtube.com/watch?v=a u30c9ZMIPg

http:/es.youtube.com/watch?v=S irutCHZ-QI&feature=related

http:/es.youtube.com/watch?v=C 8oyxrrEk58&feature=related

http:/es.youtube.com/watch?v=p jUhbaBKL3M&feature=related

Αἴολος


Ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige.
(Arthur Schopenhauer, 1788-1860 )

jueves, 8 de mayo de 2008

Hay que tomar más fibra


¿No os lo creéis?, pues anda que no. La gente no toma fibra, acaba estreñida y la sangre sigue reabsorbiendo todo lo que se va acumulando en los intestinos... Luego va toda asquerosa a la cabeza y ahí es donde se originan las ideas de mierda...

1 foto|

martes, 6 de mayo de 2008

Cornúpetas y cornudos!!!


Me resultan cansinos tanto los taurinos como los antitaurinos, pero eso sí, a veces los antitaurinos tienen buenas formas de protestar. ^^

lunes, 5 de mayo de 2008

Aceituneros de Jaén


Miguel Hernandez

ACEITUNEROS

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.

Soy Evaristooooooo, el rey de la baraja.....


Padre nuestro,
méteme en un cesto,
hártame de pan
y échame a rodar

jueves, 1 de mayo de 2008